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  Emilio Oribe
 
EMILIO ORIBE – Reseña biográfica 1
EMILIO ORIBE
(1893- 1975)
Fue médico por vocación; poeta, esteta, docente y humanista por devoción. Fundó la Facultad de Humanidades y Ciencias, de la que fue Decano. Su dedicación a la enseñanza se recuerda con el nombre de una Colonia de Vacaciones para estudiantes de Enseñanza Primaria y Normal en la ciudad de Piriápolis, frente al mar, porque fue siempre su ilusión quelos niños del interior profundo, criados y crecidos en medio del territorio, tuvieran otro horizonte y vieran la puesta de sol en otra perspectiva.
También llevan su nombre la escuela 46 de Melo y el Instituto de Formación Docente de Melo.
Alcanzó relieves insospechados en su aporte a la historiografía de la última Guerra Civil, cuando contó las memorias de sus paisanos que le narraron las circunstancias en la que murió Aparicio Saravia en Masoller, en 1904.
Nació en Melo el 13 de abril de 1893, hijo de Nicolás Oribe y de Virginia Coronel. Pasa su niñez en la ciudad natal.
 
 
Radicado en Montevideo, inicia estudios universitarios en 1905 y termina el bachillerato en 1912. Este año representa al Uruguay en el Congreso de Estudiantes Americanos de Lima. Se gradúa en Medicina en 1919. Publica El halconero astral (1919). Viaja por Europa. En 1925 se radica en San José donde dicta cursos de Filosofía. Edita La colina del pájaro rojo (1925). En 1926 es designado profesor de Literatura (Universidad de Mujeres) y de Filosofía (Sección de Enseñanza Secundaria y Preparatoria) y en 1928 Vocal del Consejo Nacional de Enseñanza Primaria y Normal y luego Vicepresidente del mismo. Publica La transfiguración del cuerpo (1930), Poética y Plástica (1930) y Teoría del Nous (1934). Obtiene la Cátedra de Filosofía del Arte en la Universidad en 1938. Es candidato a la Rectoría de la Universidad. Viaja a Estados Unidos en 1942. Edita El mito y el Logos (1945). Integra en 1946, el primer Consejo de la Facultad de Humanidades y Ciencias. Publica La dinámica del Verbo (1948). Viaja a Inglaterra en 1949 y a Cuba y México en 1951, donde interviene en el Congreso de las Academias de la Lengua.

De regreso dicta clases de  estética en la Facultad de Humanidades. En 1954 asiste, en Ginebra, a los “Rencontres Internationales”. Nuevo viaje a la India, Grecia y Turquía en 1956. En 1958 es nombrado Decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias, y Vicepresidente del VI Congreso de Interamericano de Filosofía realizado en Buenos Aires. En 1961 publica Ars. Magna y viaja a Estados Unidos.
Se le discierne el Premio Nacional de Literatura del Ministerio de Instrucción Pública en 1963 y se le designa Doctor “Honoris Causa” de la Facultad de Humanidades y Academia Nacional de Letras. Fuera de las obras citadas en el texto, Emilio Oribe ha publicado, entre otras, las siguientes:
Canto del cuadrante (1938), Poesía (1944), Estudios sobre las ideas estéticas (1950), Rapsodia bárbara (1953), Sobre la estética de Schopenhauer (1963), Antología poética (1965), etc. 1 Esta edición en dos tomos, publicada en la Colección de Clásicos Uruguayos de la Biblioteca Artigas, estuvo al cuidado de José Pedro Barrán y Benjamín Nahum, quienes sin duda habían conocido estrechamente a Emilio Oribe en la antigua Facultad de Humanidades y Ciencias, y realizaban su tarea en vida del autor. El prólogo de Alfonso Llambías de Azevedo se dedica al análisis exhaustivo de la obra literaria y filosófica de Oribe.

 


II
Antonio Mercader, Ministro de Educación y Cultura, prologó la edición en dos tomos realizada por esa Secretaría de Estado, en 1993, como homenaje al centenario del nacimiento de Emilio Oribe, con un texto que aborda 
aspectos de la trayectoria personal y familiar del médico y poeta, valorando treinta años más tarde, la obra del  homenajeado.
De su prólogo rescatamos los párrafos siguientes:
“Al celebrarse el centenario del nacimiento de Emilio Oribe, uno de los más eminentes intelectuales de nuestro país, el Ministerio de Educación y Cultura ha querido evocar el acontecimiento con esta edición conmemorativa de sus obras.
Cultor de variados géneros literarios, poeta, ensayista, filósofo y pedagogo, Emilio Oribe nació en Melo el 13 de abril de 1893.
Su padre, Don Nicolás Oribe, era oriundo de Álava jurisdicción de Orduño. Provenía de una antigua familia de origen vasco, de la misma estirpe del Gral. Manuel Oribe. Un
cancionero anónimo del Siglo XVI del Valle de Mena en la provincia de Burgos – que recordaba nuestro autor – menciona a los Oribe en Castilla como orífices:
………………………………………………
“Diz que en Castilla fueron
aurífixes los Oribe
porque oro siempre pulieron
e garça e falcón unieron
con grandt amor: Quien escribe,
vio como en vaso luzieron
falcón e garças de Oribe,
en vino que le ofrescieron…”
………………………………………………
 
Su villa natal, Melo, surgió con un destino histórico de avanzada; fundada por el Capitán Agustín de la Rosa el 27 dejunio de 1797 como punta de lanza de la civilización hispánica contra los avances de los portugueses y las correrías de los corambreros. Cerro Largo – que hasta el año 1884 abarcaba además el territorio del actual Departamento de Treinta y Tres y parte del de Minas – con la zona lindera entre los ríos Yí y Negro, configuró desde la época colonial y durante todo el Siglo XIX, la región más tradicional del gaucho. En este ambiente vivió Emilio Oribe su infancia y parte de su adolescencia y así lo recuerda en el prólogo a la “Rapsodia Bárbara”: “… es indudable que una experiencia caudalosa de la vida del gaucho desfiló entonces por mis sentidos… Conocí gauchos  viejos que estuvieron en la Guerra Grande, Quinteros, en las revoluciones del 70”.
Conoció a Aparicio Saravia en su casa de Melo, ubicada en la intersección de las calles 25 de Mayo, que hoy lleva el nombre del caudillo y La Paz, hoy denominada José Pedro
Varela. Caminó entre sus hombres de confianza, sus soldados íntimos y sus asistentes. Lo vio cruzar por las calles de la ciudad entre sus escuadrones y le llegó el poder de
seducción que ejercía. Su devoción por él, la tradición familiar y el ambiente social que lo rodeaba, lo llevaron a prestar su adhesión a la divisa blanca.
Presenció la Revolución de 1904 con once años de edad y las imágenes de la guerra y del estado de desasosiego que conmoviera a todo el país, especialmente aquella región por
haber sido la cuna de la misma, quedaron grabadas en su memoria:
“Algunos parientes murieron o fueron heridos en las batallas sangrientas contra el gobierno de Batlle. Asistí también al desfile de los ejércitos rivales por las calles de Melo. Ví la miseria del gauchaje – los hombres melenudos y descalzos, con lanzas – carabinas, sables inmensos y divisas descoloridas por el polvo, la sangre y la lluvia. Como ocurre con los muchachos audaces de los pueblos, varios amigos
 nos metíamos en todas partes y conocíamos episodios inenarrables: luchas de lanceros, muertes heroicas, degüellos y saqueos bárbaros. Una vez ví entrar por las calles de Melo las carretas llenas de heridos de Tupambaé, más tarde las caballerías de Basilio Muñoz, con sus lanzas en alto, manchadas de sangre, formando columnas interminables. Comprendí la fuerza y el heroísmo de
aquellos muchachones algo mayores que yo, que siguieron detrás de Saravia hasta la muerte de éste, en Masoller. Por la noche, algunas veces nos entregábamos al terror
colectivo, en la inminencia de la llegada de los colorados, con sus divisas rojas, sus uniformes y sus regimientos, con indios de fama terrible. Yo contemplaba todo sin distinción, amaba a unos, pero no temía conocer y entreverarme con los otros.

Muchos jefes adversarios que sabían las actitudes de mi familia conversaban y buscaban bromear y discutir conmigo. Diversos lugares y nombres nacionales en el comercio de mi
padre se hicieron poderosos y legendarios: Fray Marcos, Paso el Parque, Galarza, y por encima de todos, Saravia y Justino Muniz. A pesar de los obstáculos pude instruirme
bastante en la escuela que se abrió en    el invierno.”  Radicado en Montevideo, luego de una preparación sumaria en el Colegio Víctor Hugo, entró en la Universidad donde, según sus palabras, “olvidó a los gauchos”. Pero antes antes de culminar el bachillerato, volvió a los campos de Cerro Largo donde vivió intensamente del Tacuarí a Aceguá, la vida rural y fronteriza propia de aquel Departamento.
Al año siguiente ingresa a la Facultad de Medicina y mientras cursa la carrera, continúa su producción poética,  publicando “El Nardo del Ánfora” (1915), “El Castillo Interior” (1917) y “El Halconero Astral y Otros Cantos” (1919). Por sus cualidades literarias y su cultura, sus
compañeros lo distinguían designándolo para pronunciar discursos en diversos actos,; en la presente edición, se ha seleccionado el que pronunciara en el acto de homenaje al
Dr. Francisco Soca al ser nombrado este insigne Profesor de nuestra Universidad, miembro de la Academia de Medicina de París.
En 1919, Emilio Oribe se gradúa de Doctor en Medicina.
Había cursado los estudios sin ánimo de ejercer la profesión y con posterioridad atenderá solamente casos siquiátricos en contadas ocasiones.
En 1921 partió hacia Europa con el cargo de tercer Secretario de la Embajada del Uruguay en Francia. Radicado en París, realizará incursiones por los países vecinos; pero su
centro será la vida intelectual parisina, donde conocerá a Picasso y frecuentará el grupo de los picassianos, tendrá una  primera aproximación con Paul Valéry, que será fundamental en el desarrollo de su pensamiento. En este y posteriores viajes frecuentará además a eminentes catedráticos del Collége de France y de la Sorbonne como Henry Bergson y Merleau-Ponty, a Etienne Souriau, Profesor de Correspondencia de las Artes y a Jacques y Raïssa Maritain, estetas y filósofos escolásticos. Traducirá algunas de las obras de estos eminentes pensadores, con fines docentes, que serán publicadas por los organismos de enseñanza de nuestro país. Con Kostas Axelos y un profesor de Salónica en
Grecia, afianzará su convicción sobre el valor de los mitos como forma de permanencia de las ideas. Ya en épocas de estudiante Emilio Oribe había profundizado en el conocimiento del simbolismo y el modernismo, tomando como maestros a Darío, Herrera y
Reissig, Lugones; dedicó particular atención a los místicos españoles, a los trágicos griegos, a la poesía de Píndaro y la Estética de Hegel. Durante su viaje por Europa se apasionará más aún por los temas de la lírica, la estética y la filosofía, y a su regreso al Uruguay – motivada por la muerte de su padre en 1922 – definirá su inclinación, dedicándose desde entonces a la docencia como Profesor de Literatura por un breve período, para consagrarse luego al campo de la filosofía y de la estética. Con estas actividades forjará la esencia de su personalidad.
Cultor desde su juventud de la más pura tradición clásica, compartirá con Rodolfo Mondolfo – Profesor italiano exiliado por motivos políticos en la Argentina – la difusión del conocimiento de los antiguos filósofos griegos en el Río de la Plata.
La inquietud por los grandes problemas sugeridos en la filosofía de los presocráticos, en los fragmentos de Heráclito – a quien cita constantemente en sus escritos y al cual trata de interpretar con obsesión -, en Parménides, Empédocles, Platón y Plotino, será una tendencia de su pensamiento que investigará incesantemente a través de la historia de la filosofía con especial énfasis en la mística de San Juan de la  Cruz, impregnándose de la doctrina de Spinoza, Baumgarten, Kant, Hegel – del que será difusor de su enseñanza en nuestro país -, en los filósofos románticos alemanes Schelling, Fichte y Schiller, en Schopenhauer, Nietszche, Lipps y Bergson.
Vinculará el pensamiento europeo con el estado de evolución del pensamiento filosófico en nuestro continente.
Estudiará así la conexión del pensamiento de Nietszche con el de Carlos Vaz Ferreira.
Vaz Ferreira le había producido desde su juventud “una benéfica influencia intelectual y moral”, como también influyeron en él en aquella época Juan Zorrilla de San Martín
y José Enrique Rodó. Pero su admiración y amistad por Vaz Ferreira durará toda la vida y a poco de morir el gran maestro, se dedicará a realizar una selección de su pensamiento que prologará y hará publicar en 1961.
Oribe mantuvo también una gran amistad con Jorge Luis Borges, con quien lo ligaban lazos no sólo de carácter intelectual, sino además la nostalgia de ambos por los campos de Cerro Largo, ya que Borges, a pesar de ser argentino, también los frecuentaba por tener parientes en aquel Departamento.
Emilio Oribe concurría al viejo “Tupí Nambá” – el famoso “café literario” montevideano del cual Zum Felde ha resaltado la importancia que tuvo en la evolución intelectual del Uruguay – y en este cenáculo tuvo oportunidad de realizar un fructífero intercambio de ideas, como asimismo en el ambiente intelectual de aquel momento, recordando entre sus allegados a Juan y Alfonso Llambías de Azevedo, Gisleno Aguirre, Fernán Silva Valdés, “Paco” Espínola (Francisco Espínola hijo), Luis Gil Salguero, Carlos Benvenuto, José María Podestá, Arturo Despouey, Carlos María Princivalle, Eduardo Dieste, Bernabé Michelena, Vicente Salaberry, Julio J. Casal, Vicente Basso Maglio.

Además de pensador, Emilio Oribe fue un gestor de cultura. Desde su cargo como integrante del Consejo Nacional de Enseñanza Primaria y Normal, fomentó la implantación de planes renovadores de la educación, tales como el Plan Dalton y el Plan Clemente Estable y supervisó personalmente en muchos casos la aplicación de los mismos.
Para cubrir su presupuesto familiar, tuvo que dedicarse por entero a dictar clases durante este período; su actividad docente abarcó no sólo la capital sino también el interior y especialmente el litoral, actividad que lo llevó a compenetrarse más con los problemas de la educación en todo el país.
En esa época tuvo oportunidad de frecuentar a Enrique Díez Canedo, Embajador de la República Española en el Uruguay y a otros intelectuales españoles que con motivo de los acontecimientos en la Península, visitaron Montevideo o vinieron a exiliarse en nuestro país: Federico García Lorca, Ossorio y Gallardo, Federico de Onís, Ramón Gómez de la Serna, Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti. Trabó amistad también con personalidades de prestigio internacional como Pablo Neruda, Nicolás Guillén, Rufino Blanco Fombona, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Stefan Zweig.
Emilio Oribe, hombre sin notoria trayectoria política, no estuvo ajeno sin embargo al acontecer de la vida nacional e internacional. 
En 1920 figuró como uno de los oradores en el sepelio de Washington Beltrán – quien le despertara en sus clases la vocación por el estudio de las ideas estéticas y filosóficas -.
En 1929 fue electo Diputado, cargo al que renunció de inmediato. Deploró la muerte de Baltasar Brum, a quien le dedicó un canto elegíaco. Formó parte de la intelectualidad uruguaya en momentos en que la misma estaba unida por un ideal común de auténtica educación democrática, fundada en los valores del humanismo y por encima de las banderías.
 
Durante la Segunda Guerra Mundial formó filas en defensa de la libertad e integró como Presidente la Asociación “Mundo Libre”. Mientras duró el  conflicto participó en conferencias, audiciones radiales, mesas redondas y en diversos artículos exaltó los valores humanos y encaró los problemas de la defensa y al término de la guerra respaldó la obra de los constructores de la paz. Luego de los Acuerdos de Breton Woods y como continuación de esa labor, compartió con Juana de Ibarbourou, Esther de Cáceres y Carlos Sabat Ercasty la tarea de asesores de UNESCO en materia intelectual.
Admirador respetuoso de la obra de los grandes pensadores, abogó por Miguel de Unamuno cuando en 1953 le fuera suprimida su cátedra en España y condenó a quienes
intentaban detener el fluir del torrente del pensamiento.
En 1958 fue nombrado Decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la República y Presidente de la Academia de Letras.
Al año siguiente suspendió su actividad como docente de Estética, dedicándose por entero a las tareas como administrador de la Enseñanza Superior y actuando además como Delegado ante el Consejo Directivo Universitario.
Con posterioridad fue designado Doctor “Honoris Causa” de la mencionada facultad y se le otorgó, en dos oportunidades, el Premio Nacional de Literatura, como justo  reconocimiento a su capacidad y a su labor, consagrándose además su obra de escritor con la inclusión de su libro “Poética y Plástica” en la Colección de Autores Clásicos Uruguayos, distribución que únicamente compartiera en vida con Juana de Ibarbourou y Justino Zavala Muniz. 

Apasionado lector, las bibliotecas que formó las donó a la Facultad de Humanidades y Ciencias de la República, Fue también un gran melómano y su voluminosa y selecta
colección de discos la donó a la Biblioteca y Museo Pedagógicos. Llegó a formar también una respetable colección de valiosos cuadros, la gran mayoría obsequio de sus amigos Barradas, Cúneo, De Simone, Joaquín Torres García y sus hijos Augusto y Horacio, Aliseris, Castellanos, Amézaga. Horacio Torres le pintó su retrato y los escultores Pena y Yepes esculpieron su busto.
Algunas de sus obras en verso o fragmentos de ellos, fueron musicalizados por los principales compositores nacionales de la época: Luis Cluzeau Mortet, Eduardo Fabini, Vicente Ascone, Carlos Estrada, Jaurés Lamarque Pons.
Asimismo Socorro Morales de Villegas, Aurora Caló Berro y A. Yolanda Inocchi compusieron canciones sobre textos de  Emilio Oribe.
De temperamento variable, a veces melancólico y taciturno – “un tímido introspectivo” -, parecía apartado del mundo, totalmente abstraído de los seres y las cosas, aunque las necesidades materiales lo hacían mantener los pies sobre la tierra. En otras ocasiones, comunicativo y sencillo, deleitaba a quienes lo rodeaban con una conversación amena y chispeante.
Murió en Montevideo el 24 de mayo de 1975.
 
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